Latidos de afecto y dulzura gracias por su visita.

sábado, 13 de marzo de 2010

El Aguila que cae ( 10 ) Regresó humillado



Y el tío Urbano regresó pronto, muy pronto.
A los tres meses de corrido y maldecido por su madre.
Tocó a la puerta, de día, en una tarde de domingo.
Yo abrí, confiada.
Me saludó con un ¡hey tú!
¿Por que pones esa cara? Ni que fuera un aparecido.
¿Donde está mi mamá?
Me hice a un lado del claro de la puerta, y me fui a otro cuarto.
Mi cuerpo temblaba.
No sabía si de miedo, coraje o sorpresa.
Ni siquiera sabía que es lo que yo deseaba que pasara.
Mi abuelita andaba en el patio, y al entrar a la casa, dejó caer el traste que traía en una mano al suelo.
Así de ese modo, fue su impresión de ver a ese hijo, tan mala cabeza, que había vuelto, solo, y con un semblante serio, arrepentido, humillado.
Al verla, se acercó a ella y en lugar de abrazarla, se dejo caer de rodillas y llorando a gritos, le pedía perdón.
¡Perdóneme madrecita!
Se ahogaban sus palabras por las lágrimas, que caían hasta el suelo y agarrado a las piernas de mi abuelita, le suplicaba su perdón.
¡Perdón jefecita!
¡Dígame que me perdona!
¡Necesito escuchar de su boca su perdón!
Y gritando:
¡Perdón madre!
¡Perdón!
Mi abuelita, sorprendida, tomó entre sus manos la cabeza de su hijo, levantó su rostro y le dijo:
Hijo, hace mucho que me arrepentí de lo que te dije.
Por las noches rezo, porque Dios te proteja y cuide tus pasos.
Perdóname tú a mí, por esas palabras de coraje que escuchaste.
Yo te quiero mucho. Si eres también uno de mis hijos.
¡Como no te voy a querer!
¡Levántate!
¡No te raspes!
¡No te ensucies tu pantalón!
¡Mi muchachito!
Anda, ¡levántate!
Y dale un abrazo y un beso a esta vieja, que ha llorado tantas noches por ti.
Y mi tío respondió:
No madre ¡Necesito escuchar que me perdona!
¡Lo necesito escuchar!
Si usted no dice que me perdona, yo no me levantaré de aquí.
¡Madre!
¡Dígalo!
Dígalo, que me perdona.
Dígalo fuerte, ¡que Dios la escuche!
Madre, madre, ¡dígalo!
Y mi tío Urbano, seguía sollozando, fuerte, como solo un hombre lo puede hacer.
Mi abuelita se lo dijo fuerte, recio, casi gritando…
¡Si hijo!
¡Si te perdono!
¡Te perdono de todo corazón!
¡Le pido a Dios que te perdone, que yo ya te perdoné!
Y fue hasta entonces, que el tío Urbano se levantó.
Mi abuelita lo llevó a su cuarto, lo hizo que se acostara y con ternura lo tapó.
Como si fuera muy pequeño.
Lo besó en la frente, en los parpados hinchados de llorar, en sus mejillas sumidas y musitando palabras de aliento, acariciando sus cabellos ralos, el tío por fin, se durmió.
Y durmió el resto de la tarde, como si estuviera muy cansado.
Y durmió toda la noche.
Y yo en suspenso.
Y la abuela trabajando, haciendo el desayuno al otro día, para su hijo que había vuelto.
Caminábamos como en puntillas, no queriendo despertarlo.
Nos mirábamos abuelita y yo, expectantes, pero no nos atrevíamos a hablar.
No fuera que el tío Urbano se despertara, y nos escuchara murmurar.

domingo, 7 de marzo de 2010

El Aguila que cae ( 9 ) Cuando una madre maldice a su hijo



Después de 2 años del desaguisado, se apareció mi tío Urbano, tan fresco como una lechuga.
Para entonces, trabajaba yo en la ciudad cercana al rancho, y estudiaba en las tardes.
Pudiera decirse, que a mis 17 años, me mantenía.
Pero seguía viviendo con mi abuelita.
Me encantaba llevarla a cenar, comprarle cosas, era muy feliz yo.
Y que cae el tío Urbano, como siempre, a altas horas de la noche, casi de madrugada, con su estruendo, el muy sinvergüenza.
Y que se arma la de Dios es Padre, en nuestra casa.
Mi abuelita, se la tenía guardada.
A ver hijo, ¿Por qué hiciste eso?
¿Qué cosa mamá?
Desgraciar a la Chepa.
¿Cuál desgraciar? ¡Si ni la toqué!
Y con su sonrisita del demonio, si ella sigue siendo señorita, bueno, si es que algún otro, no la ha tocado ya.
Pero hijo, ya la desgraciaste.
Para que te casabas con ella, si ni la querías, y de pilón, hasta por la iglesia.
Ya no se puede casar con otro.
Ahora sí, que “te cagaste en la madre de Judas”.
¿Por qué lo hiciste?
-Para que todos supieran que ya me había casado.
Para tener quien me hiciera el quehacer a mí, y a Luis, es muy difícil conseguir que alguien haga la limpieza de la casa.
Yo no sé porque la Chepa no aceptó.
Tendría todo, casa, carro, dinero, y el respeto de un hombre, con una reputación como la mía, de alguien que por tantos años se ha dedicado a la enseñanza.
No mamá, la Chepa, no lo supo agradecer.
¿Y como la escogí a ella?
Tantas que se me ofrecían, pero como se veía tan trabajadora.
Me equivoqué.
¿Ahora que quiere que haga mamá?
Si hasta lloré por todo lo que me rompió.
A ver, eso si no le importa, como a su hijo esa vieja le rompió todas sus cosas.
Y dice que me quiere mucho.
Y está abogando por la Chepa.
Como si le importara más ella.
A ver, dígame mamá, que quiere que haga para ponerla contenta.
A ver, sonría, vengo desde lejos, y usted con esa cara.
Si ya pasaron dos años, y ya corrió mucha agua bajo el puente.
Bueno hijo, siquiera paga un abogado y divórciate.
Deja libre a la Chepa, ella no tiene dinero para andar con abogados.
Así, aunque sea por el civil, algún día podrá volverse a casar.
Dale algún dinero, como pensión, mientras se vuelve a casar.
¡Ayúdala hijo! Aquí ha caído en desgracia.
¡Y todo por culpa tuya!
Has eso hijo por tu madre vieja, ¡que te lo implora!
No te pido para mí nada, dáselo a la Chepa.
Me remuerde la conciencia, pensar que un hijo mío, causó ese daño tan grande.
¡Anda hijo! Dale ese gusto a tu madre.
-Madre, no me pida imposibles.
¡No me divorcio, y no me divorcio!
Siento bien bonito que todos mis compañeros de la escuela, sepan que estoy casado.
Que los padres de familia, se sientan a gusto, con un hombre que su mujer abandonó; pero que espera que algún día regrese su esposa arrepentida.
Me ven con simpatía, hasta siento que hace mucho, que lo hubiera hecho.
No madre, yo no me divorcio.
Y si la Chepa pide el divorcio, ¡sangre le va a costar!
Que pague todo.
A ver como le hace.
Tenía muchas ganas de casarse, pues ahora que se aguante.
Y de que le dé un dinero a la Chepa, olvídelo; si lo quiere y lo necesita, que vaya a la casa, y lo desquite.
Mi casa tiene las puertas abiertas, de par en par, para la Chepa.
Aún es mi esposa, y lo será hasta que yo me muera.
-¡Pero que desgraciado eres!
¡Si no querías mujer, para que te casabas!
Si eres feliz con ese joven; otra vida que has mancillado, como te atreviste a recibirlo en tu cama, cuando aún tenía doce años de edad.
¡Tú no tienes perdón de Dios!
-Mire madre, no se equivoque.
No hay nada malo entre él y yo.
Si es cierto, nos queremos mucho, pero no hay nada de maldad en ello.
Además, es él único que me aguanta como soy.
Calladito, calladito, así me gusta que sea.
El hace todo lo que yo le diga.
Nunca me contraría.
Cuida de mis cosas, hace de comer, sabe mis gustos.
Como cree que lo iba a correr.
-Mira hijo, de ese tipo de relaciones que sospecho, no me espanto.
Ya estoy curada.
De lo que está lleno el mundo, desde que es mundo.
Lo que me molesta, es tu manera de hacerlo.
Quieres cantar y chiflar al mismo tiempo en la procesión.
Eres como el perro de las dos tortas, ni comes ni dejas comer.
Porque no dabas la cara y decías la verdad.
No eres el primero ni serás el último, con esos gustos.
Solo Dios sabe, porque eres así.
No te juzgo por eso.
Lo que yo repruebo, es que le mintieras a Chepa, y a mí, ante un altar, algo tan sagrado, lo agarraste de tu burla.
A todos nos mentiste.
Nadamás a eso viniste a este rancho.
Por tantos lugares que has andado, tenías que venir aquí a hacer tu cochinero.
Y que abusaras de la necesidad de un niño de doce años.
Eso sí que me ha destrozado el corazón.
Yo nunca te insistí ¡cásate!
Ya mis otros hijos están casados, y nietos tengo de a montón.
Ni modo que dijeras mi mamá me empujaba al matrimonio.
Lo hice por complacerla.
No hijo, tu estás muy mal.
Y no quieres remediar, aunque sea, en una minima parte, por todo lo malo que has hecho.
-Mire mamá, no me juzgue.
A ver, como yo no la juzgo.
-¿Y qué me tienes que juzgar tú a mí?
- A ver, esta chamaca, y me señaló a mí, ¿durante cuantos años han dormido juntas?
Ahí sí que no dices nada.
Es la misma cosa entre Luis y yo.
Y entonces, mi abuelita, llorando, con un dolor muy grande reflejado en su rostro de madre le gritó:
¡Eres un men… perro infeliz!
¡Cómo te atreves decirle eso a tu madre!
Como comparas la relación entre una abuela y su nieta con lo que tú haces.
Óyelo bien, hijo, con gran pesar te digo:
¡Has de sentir el frío del acero!
¡Maldito seas! Por lo que me acabas de decir.
¡Maldito seas, y todo lo que te rodea!
¡Y no te quiero ver nunca más!
¡Vete de mi casa, y no vuelvas jamás!
Y abriendo la puerta, que daba a la calle, gritaba mi abuelita.
¡Vete!
¡Lárgate, lárgate, infeliz!
Y el tío Urbano salió, empujando a su madre, que casi la tumba.
Con su vena de la frente, más gruesa y latiéndole como si fuera a reventársele del coraje.
Afuera de la casa, escupió, y mirándonos dijo.
¡Y todo por ésa! Y me señalaba.
Yo en toda la discusión, callada estaba.
Mi abuelita, siempre me decía, no opines, no hables, no comentes, no le cuentes a nadie lo que pase en nuestra casa.

Menos a tus padres, porque te recogerían, y yo quedaría muy sola.
Pero también me decía, si quieres irte, vete, eres libre de hacerlo.
Yo no me enojaría contigo, tu tío Urbano no vive con nosotras, pero cuando viene es un ciclón de maldad.
Ni quien lo aguante.
Sólo yo, que soy su madre, lo soporté por tantos años, pero esto fue la gota que derramó el vaso de agua.
Y temblaba su cuerpecito de ancianita, sus manitas frías del coraje.
Su corazoncito latía entre el miedo y el despecho, la desilusión y la gran pesadumbre que un hijo así, provoca en su madre.
Y yo la abrazaba, y en ese abrazo quería, no solo darle mi amor sino que sintiera también que yo la apoyaba, la protegía, la cuidaba.
-No abuelita, yo nunca me iré de su lado.
Nunca la dejare sola.
Ya conozco al tío Urbano.
Pasaran un par de años para que regrese.
Ya tendré casi los 20 años.
No abuelita, mientras usted viva, yo callada estaré.
No quiero ocasionarle problemas.
Pero eso sí, cuando usted falte, me va a oír el tío Urbano.
Ha de pensar que no sé hablar, pero ya no le tengo miedo.
Eso sí, no le prometo abuelita, respetar al tío Urbano.
El respeto se gana.
Y el tío Urbano, ya me lleno el buche de piedritas.
Pero no se apure abuelita.
No me iré de su lado, y no le diré nada a nadie.
Y el tío Urbano, para mí, como que no existe.
Ande, abuelita, vamos a ver que hacemos para desayunar.
¡Mire, que ya se nos amaneció!
¿A poco nos vamos a amargar?
Y yo sentía, como las lagrimas bajaban de mis ojos de manera interna, se me pasaban por atrás de la nariz, llegaban a mi garganta, y me las recibía el estomago.
Como era posible eso, no lo sé.
Yo sonreía a mi abuelita, la abrazaba, y la mimaba.
No lloraba por fuera.
Pero esas lagrimas internas, amargas, sólo ésa vez, las sentí.
Y el tío Urbano regresó pronto, muy pronto.

(a la otra entrada les platico las consecuencias para el tio Urbano de la maldición de su madre )

Portada del libro " Pueblo Viejo"

Portada del libro " Pueblo Viejo"
Laguna de Pueblo Viejo Veracruz