En la habitación a oscuras, mi esposo despertó, y con los ojos aún cerrados, volteó el rostro hacia mí.
¡Y vió a doña Silveria! ¡Con los ojos cerrados!
Le habló… ¿doña Silveria?
Pero a él, no le dio miedo. Sabía que ella nos quería mucho.
Piensa… doña Silveria ya murió. ¿Por qué la veo?
Yo toco con suavidad su brazo de él, y le dije… no mi amor, soy yo.
Y entonces, ya despiertos los dos, escuchamos el ruido de platos rotos, y vemos como un destello enorme en la habitación.
Al tocar a mi esposo, sentí como si de mi cuerpo, le transmitiera una descarga eléctrica.
Yo creo que Dios, me permitió acompañarla, en ese tramo tan pequeñito, para que yo estuviera feliz, y en tranquilidad, al saber que donde fue es algo tan bello, y tan hermoso, que no existe nada igual en esta tierra .
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Verdaderamente así, y no lo dudes, eso es lo que no me deja asentar mis pies en la tierra, por eso mis poemas son, como son.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ambar.