HERMANA
Esto que les contare, paso hace muchos años.
Cruzábamos en una lancha, que tenia un motorcito, el caudaloso Río Panuco.
Mi hermana, mi madre y yo.
La brisa fresca del río, nos envolvía.
La espuma de las olas, que se formaban, al arañar la superficie, nuestra lancha, hacia que nos sintiéramos temerarias, y estirábamos la mano, para mojar siquiera la punta de los dedos.
Iban, aparte del lanchero, otras personas, que del pueblo se dirigían al puerto.
En donde mejores trabajos, escuelas, y comercios había.
Iban en búsqueda de todo aquello, que en la orilla norte, del estado de Veracruz, era tan difícil, y caro de conseguir.
Y pensar, que ese mundo de agua, bajo nuestra lancha, era la diferencia entre vivir bien, o mal vivir.
Entre un hospital, o un funeral.
En ese entonces, mi hermana y yo, éramos niñas. Felices y bulliciosas, dichosas por la aventura de pasar ese río.
De ver brillar la luz de sol, en las chispas de agua que nos salpicaban.
Arrodilladas en el asiento de madera, apoyando nuestros cuerpos, en la barandilla de la lancha, de frente al agua.
Jugábamos, a quien podría identificar el color, que en esos momentos se le veía al río.
Mamá, ¿verdad que es verde?
No mamá, ella no sabe, es azul.
Mamá nos dejaba un rato discutir, luego daba fin con un “es azul verde”. Y nosotras:
¡Te lo dije! ¡Te lo dije!
No, ¡te lo dije yo primero!
Mamá, se sentía orgullosa de nosotras.
Vestidas, con las mejores ropitas que teníamos, a sus ojos nos veíamos primorosas.
Nos tenia sujetas, con firmeza, del vuelo de las faldas. Temía vernos caer al agua.
Nos fulminaba con la mirada, nos amonestaba.
Y más y más, fluían de nuestras gargantas, las carcajadas.
Eran cascadas de alegría, que no podíamos contener. Ni poniéndonos una mano, sobre nuestra boca.
Y esos regaños de mamá, que nos sabían a gloria. ¡Niñas, ya no se asomen tanto al agua! Hasta los encajes del chonino se les ve.
¡Vergüenza les debería de dar!
Miren, que si me enojo, ¡no las vuelvo a traer!
Mi hermana y yo, conocíamos bien, el tono de su voz.
En realidad, no estaba enojada, solo quería tranquilizarnos, calmar nuestras ansias de vivir.
Éramos tan pequeñas, que aun, era mucho, lo que teníamos que aprender.
Mi hermana, un poco mayor que yo, saco un taponcito de hule. Al que previamente, le había amarrado un hilito. Y lo hacia brincar, cual jinete sobre las olas.
La envidia, se apodero de mí.
Adiós alegría, un rictus, de, otra vez, soy la menor. A la que no se le ocurría nada.
¿Por qué, no nací primero?
Bueno, ¿Por qué no fui única?
Eso si que seria padre. Todo el amor de mi familia, seria para mí. Santa Closs, reyes magos. Todo, todo, y únicamente todo para mí.
Bueno, decidí, por lo pronto, me conformaría, con ese taponcito, que ella traía.
Le arrancaría el hilito de la mano. Y empiezo el empujarnos.
Ya no había risas, estábamos peleando. Es sorda la batalla.
Calladas, rechinando los dientes. Nos empujábamos, con hombros, codos, con el torso.
No podíamos patearnos en ese momento.
Nuestra madre, platicaba con sus vecinas de asiento; tranquila, por escucharnos calladas.
Olvido, que los ríos profundos, aunque silenciosos, no dejan de ser destructivos.
Son ellos, los que desgarran, las entrañas de nuestra tierra.
Y cayó mi hermana al agua.
Apareció su cuerpo, después de 24 horas, en un recodo, del paso del 106. Hinchada. Con dedos como garras. Tiesa. De un color, que yo no conocía.
Sus ojos, labios y orejas, comidos por los peces y jaibas.
Yo dude, que “eso”, fuera mi hermana.
Mi hermana, de seguro, estaría en el fondo del río. Siendo la mimada, de todos los de ahí. Si para eso, ella se las gastaba.
Estaría jugando con tesoros.
Pero, yo también iría a ese lugar. Ya sabía el camino.
Mas o menos, a la mitad del río. Como no queriendo, me aventaría. Y le demostraría, que yo también, sabía ir al fondo del río.
Pero, mi madre, llorosa, sintiéndose culpable, cuando mucho tiempo después, volvimos a cruzar el río, me apretó tan fuerte, pero tan fuerte, temiendo perderme también, que no me dio la oportunidad, de ir a pelearle, a mi hermana, un espacio para mi.
Esto que les contare, paso hace muchos años.
Cruzábamos en una lancha, que tenia un motorcito, el caudaloso Río Panuco.
Mi hermana, mi madre y yo.
La brisa fresca del río, nos envolvía.
La espuma de las olas, que se formaban, al arañar la superficie, nuestra lancha, hacia que nos sintiéramos temerarias, y estirábamos la mano, para mojar siquiera la punta de los dedos.
Iban, aparte del lanchero, otras personas, que del pueblo se dirigían al puerto.
En donde mejores trabajos, escuelas, y comercios había.
Iban en búsqueda de todo aquello, que en la orilla norte, del estado de Veracruz, era tan difícil, y caro de conseguir.
Y pensar, que ese mundo de agua, bajo nuestra lancha, era la diferencia entre vivir bien, o mal vivir.
Entre un hospital, o un funeral.
En ese entonces, mi hermana y yo, éramos niñas. Felices y bulliciosas, dichosas por la aventura de pasar ese río.
De ver brillar la luz de sol, en las chispas de agua que nos salpicaban.
Arrodilladas en el asiento de madera, apoyando nuestros cuerpos, en la barandilla de la lancha, de frente al agua.
Jugábamos, a quien podría identificar el color, que en esos momentos se le veía al río.
Mamá, ¿verdad que es verde?
No mamá, ella no sabe, es azul.
Mamá nos dejaba un rato discutir, luego daba fin con un “es azul verde”. Y nosotras:
¡Te lo dije! ¡Te lo dije!
No, ¡te lo dije yo primero!
Mamá, se sentía orgullosa de nosotras.
Vestidas, con las mejores ropitas que teníamos, a sus ojos nos veíamos primorosas.
Nos tenia sujetas, con firmeza, del vuelo de las faldas. Temía vernos caer al agua.
Nos fulminaba con la mirada, nos amonestaba.
Y más y más, fluían de nuestras gargantas, las carcajadas.
Eran cascadas de alegría, que no podíamos contener. Ni poniéndonos una mano, sobre nuestra boca.
Y esos regaños de mamá, que nos sabían a gloria. ¡Niñas, ya no se asomen tanto al agua! Hasta los encajes del chonino se les ve.
¡Vergüenza les debería de dar!
Miren, que si me enojo, ¡no las vuelvo a traer!
Mi hermana y yo, conocíamos bien, el tono de su voz.
En realidad, no estaba enojada, solo quería tranquilizarnos, calmar nuestras ansias de vivir.
Éramos tan pequeñas, que aun, era mucho, lo que teníamos que aprender.
Mi hermana, un poco mayor que yo, saco un taponcito de hule. Al que previamente, le había amarrado un hilito. Y lo hacia brincar, cual jinete sobre las olas.
La envidia, se apodero de mí.
Adiós alegría, un rictus, de, otra vez, soy la menor. A la que no se le ocurría nada.
¿Por qué, no nací primero?
Bueno, ¿Por qué no fui única?
Eso si que seria padre. Todo el amor de mi familia, seria para mí. Santa Closs, reyes magos. Todo, todo, y únicamente todo para mí.
Bueno, decidí, por lo pronto, me conformaría, con ese taponcito, que ella traía.
Le arrancaría el hilito de la mano. Y empiezo el empujarnos.
Ya no había risas, estábamos peleando. Es sorda la batalla.
Calladas, rechinando los dientes. Nos empujábamos, con hombros, codos, con el torso.
No podíamos patearnos en ese momento.
Nuestra madre, platicaba con sus vecinas de asiento; tranquila, por escucharnos calladas.
Olvido, que los ríos profundos, aunque silenciosos, no dejan de ser destructivos.
Son ellos, los que desgarran, las entrañas de nuestra tierra.
Y cayó mi hermana al agua.
Apareció su cuerpo, después de 24 horas, en un recodo, del paso del 106. Hinchada. Con dedos como garras. Tiesa. De un color, que yo no conocía.
Sus ojos, labios y orejas, comidos por los peces y jaibas.
Yo dude, que “eso”, fuera mi hermana.
Mi hermana, de seguro, estaría en el fondo del río. Siendo la mimada, de todos los de ahí. Si para eso, ella se las gastaba.
Estaría jugando con tesoros.
Pero, yo también iría a ese lugar. Ya sabía el camino.
Mas o menos, a la mitad del río. Como no queriendo, me aventaría. Y le demostraría, que yo también, sabía ir al fondo del río.
Pero, mi madre, llorosa, sintiéndose culpable, cuando mucho tiempo después, volvimos a cruzar el río, me apretó tan fuerte, pero tan fuerte, temiendo perderme también, que no me dio la oportunidad, de ir a pelearle, a mi hermana, un espacio para mi.
Los recuerdos siempre estarán ahí, gracias por por este post, querida Marucha.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz semana.
MARUCHINA, LA INOCENCIA ES ASÍ, LIBRE Y ALEGRE, LOS NIÑOS SON TODOS IGUALES EN SU SENTIMIENTO, QUIEREN EL AMOR TODITO PARA ELLOS SOLOS, LO VEO TODOS LOS DÍAS CON MIS NIETOS. TRISTE Y TRÁGICA HISTORIA, TAMBIÉN FRUTO DE LOS TIEMPOS PRECARIOS QUE NOS TOCARON VIVIR EN ESAS ÉPOCAS, DONDE CRUZAR UN RÍO, ERA UNA AVENTURA. ES UNA HISTORIA QUE LLENA EL CORAZÓN DE TERROR, Y EL ALMA DE CONGOJA, PENSAR EN LA DESESPERACIÓN DE ESA NIÑA, Y ESA MADRE, LAS DOS SE SENTÍAN CULPABLES, POR LA DECISIÓN DEL DESTINO DE SEPARARLAS.
ResponderEliminarHE VIVIDO EL RELATO A TRAVÉS DE TUS LETRAS QUERIDA AMIGA, TE ABRAZO MARUCHINA
Hola Maruchiña, tremenda es la vida,ciega la inocencia infantil y una gran incomprension de lo que ocurre a nuestro alrededor.
ResponderEliminartriste historia.
Un gran abrazo.
Hola Maruchiña he vuelto a leer tu triste relato y ver una vez más que de niños podemos ser terribles, sigue escribiendo, te espero.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ambar.
Hola Maruchiña.
ResponderEliminarMás alla el camino de luz, nos encontraremos en tus letras y tus escritos, mientras te seguiré esperando.
Un abrazo.
Ambar
Los niños pueden y hacen cosas erribles y ahsta se ponen en peligro ellos mismos por el solo hecho de xperimentar la vida.
ResponderEliminarTerrible historia plena de tristeza.
La vida también deja tales enseñanzas acon la ceguera infantil frente al peligro.
Un post triste que deja pensando...
Te comento que
estas como Blog destacado en mi blog
www.cosechadesentires.blogspot.com entre mis diferentes listas de amigos de este medio.
He estado ausente un largo tiempo.
Pero te tuve en mi corazón y por ende jamás de ti me olvide.
He vuelto a este sitial y además de visitarte te invito gustosamente a visitar mis blogs dónde has te has de sentir muy bien, y si gustas podrás retirar el detalle dejado en cada uno de ellos.
Te dejo mi cariño con un manojo de humildes semillas de paz.
Marycarmen
Mis blogs
ARTE:
www.newartdeco.blogsport.com
LETRAS:
www.panconsusurros.blogspot.com
REALIDAD- SOCIAL- FILOSOFÍA
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CALMA- ESPIRITUALIDAD
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RECETAS DE LA ABUELA ASTURANA
www.lasrecetasdelaabuelamatilde.blogspot.com
PREMIOS- REGALOS Y SENTIRES
www.cosechadesentires.blogspot.com
Triste historia, los niños a veces pueden ser terribles...
ResponderEliminarLindo fin de semana y un gran beso Maruchi,